miércoles, 18 de julio de 2012

LA PRIMERA DAMA DEL CENTENARIO






Se llamaba Rosa Isidora González, era mendocina, tenía una hermana melliza y conoció a su futuro marido en Buenos Aires. Cuando tenía 28 años, contrajo matrimonio con Roque Sáenz Peña, quien era siete años mayor. La ceremonia se llevó a cabo el 4 de febrero de 1887 en la iglesia Nuestra Señora del Pilar, de la Recoleta.
Sáenz Peña asumió la presidencia el 12 de octubre de 1910. De la historia de Rosa González, la Primera Dama del Centenario, deseamos rescatar algunas curiosidades:
- Fue nuera de otra Primera Dama (Cipriana Lahitte de Sáenz Peña), ya que el padre de Roque, Luis Sánez Peña, había ejercido la Presidencia de la Nación entre 1892 y 1895.
- Fue suegra de un Premio Nobel. Su hija, Rosita, casó en 1910 con Carlos Saavedra Lamas (quien obtendría el galardón en 1936).
- Rosa González y Roque Sáenz Peña fueron los primeros y únicos en utilizar la Casa de Gobierno como residencia presidencial permanente. Allí brindaron magníficas fiestas y comidas cuyo esplendor ha sido registrado por las secciones de Sociedad, tanto de La Nación como de los demás periódicos de su tiempo. En la foto, vemos a doña Rosa en el jardín de invierno de la Casa Rosada. Antes de mudarse a la sede de Gobierno, la familia vivía en una confortable propiedad situada en Santa Fe y Coronel Díaz (Palermo).
- A pesar de las quejas de la custodia, la Primera Dama Rosa González tenía la extraña costumbre de rechazar los carruajes oficiales y viajar en tranvía.
- Enviudó durante la presidencia de su marido: Sáenz Peña murió el 9 de agosto de 1914.
- Años más tarde habitó uno de los 144 departamentos del Palacio de los Patos (Ugarteche y Cabello, en Palermo). Se le llamó así porque era el lugar adonde iban aquellos que habían perdido su fortuna y, por lo tanto, habían quedado “patos” (la forma de decir “secos, sin dinero”, en lunfardo). Este no fue su último domicilio.
- Rosa González murió en enero de 1948, en la avenida Santa Fe 1592 (apenas a una cuadra de distancia donde moriría Raúl Alfonsín). Para ese tiempo, al voto universal, secreto y obligatorio instaurado por su marido se le había incorporado el sufragio femenino.

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