jueves, 11 de octubre de 2012

Los antiguos túneles porteños
Enrique M. Mayochi y Néstor E. Poltevin

"Los subterráneos no deben destruirse, son parte esencial de la historia argentina y de la vida antigua y secreta de Buenos Aires. Estas galerías son las arterias ocultas de la Manzana de las Luces que fue el cerebro de la ciudad." Héctor Greslebin

Quizá sea necesario pedirle permiso a Manuel Mujica Lainez para valernos de su título literario Misteriosa Buenos Aires a fin de encabezar una breve información acerca de lo que hasta hoy sabemos, de unos túneles que corrían por debajo de la antigua ciudad de Garay y que –varios, si no todos–, pasaban en su recorrido por el subsuelo de la Manzana de las Luces.
Porque hasta el presente es muy poco en verdad, lo sabido acerca de estas construcciones, presumiblemente hechas en su totalidad entre los siglos XVII y XVIII. Como tampoco es mucho más lo sabido acerca de túneles iguales o parecidos descubiertos en la argentina Córdoba y en otras ciudades hispanoamericanas.
De alguna manera, al hablar de este tema resulta inevitable la asociación de los túneles porteños con las catacumbas romanas de las que casi no hay noticia respecto a su construcción y que, tras ser dejadas de lado como enterratorios y olvidadas por los latinos de los primeros tiempos imperiales, fueron utilizadas por los cristianos de la Urbe para escuchar allí la Buena Nueva y efectuar sus liturgias.
Hallazgos y noticias
La primera información pública de la existencia de túneles en Buenos Aires la dio la Gaceta Mercantil en su edición del 17 de abril de 1848, ocasión en que se menciona la posible existencia de una galería subterránea que llevaba hasta el Hospital de Hombres, por entonces sito en la calle del Comercio (ahora Humberto I) casi esquina con la de Balcarce.
O sea hasta un edificio frontero a dos construcciones centenarias hechas allí por los jesuitas: la iglesia dedicada a Nuestra Señora de Belén (comúnmente llamada de San Telmo) y una casa residencial, la segunda que ellos erigieron en la ciudad, amén de otras instalaciones.
Apenas corrido un mes, el mencionado periódico vuelve al tema de los túneles el 16 de mayo. En la edición de este día se pone en conocimiento de la opinión pública una comunicación hecha por el jefe de la Policía, Juan Moreno, al juez Eustaquio J. Torres.
Aquél informa a éste del descubrimiento de construcciones existentes en el subsuelo de la ciudad y en uno de sus párrafos expresa lo siguiente: "...la primera vía subterránea, de que se ha hablado desde tiempo inmemorial, se halla debajo de la calle de Potosí (actual Alsina), es decir, atravesando el templo de San Ignacio hasta una de las casas que fueron de don José María Coronel, casas que pertenecieron antiguamente a la extinguida Compañía de Jesús, anterior a su primera expulsión, y en la cual daban aquellos padres ejercicios espirituales".
Después, por varias décadas, habrá un largo silencio público.
Plano con los edificios de la Manzana sobre el que el arquitecto Greslebin superpuso en 1918 los recorridos de los túneles relevados por el ingeniero L. Topelberg en 1915.
En este siglo
Con los primeros años del siglo XX comienzan a sucederse descubrimientos y noticias, relatos e investigaciones, opiniones y rotundas negaciones acerca de los túneles porteños. Don Blas Vidal se valdrá de las páginas de la famosa revista Caras y Caretas para describir en 1904 el recorrido hecho por él en lo que presenta como un sistema subterráneo de comunicación entre los conventos existentes en el siglo XVIII y algunas casas de religiosos erigidas en la segunda mitad del XIX.
Señalamos esto último porque Vidal afirma que uno de los túneles llegaba hasta las cercanías de las actuales avenidas Callao y Corrientes, en cuya inmediatez, un grupo de religiosas irlandesas estableció un convento y los jesuitas fundaron el Colegio del Salvador, sucesor en el tiempo del Colegio de San Ignacio, instalado inicialmente a la vera de la Plaza Mayor y después trasladado a la Manzana de las Luces.
Un año antes del Centenario de Mayo, la opinión pública porteña lee con mucho de curiosidad y una pizca de desconfianza, la serie de cuatro artículos que publica el diario La Nación en agosto de 1909 con el título "Los subterráneos de Buenos Aires".
Tuvieron su origen en las tareas de saneamiento del subsuelo realizadas por la Asistencia Pública –organismo municipal responsable de la salud popular– en las manzanas ubicadas en torno de la iglesia de San Ignacio y los seculares conventos de San Francisco y de Santo Domingo.
En estos tiempos, los descubrimientos y hallazgos se producen por una razón fácilmente comprensible: a causa del progreso, constantemente hay que abrir el subsuelo de la ciudad de Garay para colocar instalaciones sanitarias, eléctricas o de gas, para levantar edificios con grandes cimientos, para posibilitar el recorrido del tram–way subterráneo.
Así van apareciendo tramos de antiguos túneles, comunicaciones con ellos hechas por medio de aljibes, monedas, diversos objetos, y también restos de pelo humano que los estudiosos vincularán sin hesitar al recordado Motín de las Trenzas producido en 1811.
Pocos años atrás, el ingeniero Carlos L. Krieger –un perseverante estudioso del subsuelo porteño– pudo observar cerca de la Recoleta una gran construcción formada por cinco galerías de unos 50 m de largo de 4 a 5 m de ancho y otros tantos de alto. "A una de estas galerías –dice Krieger– accedía un túnel que, si bien en su extremo se encontraba cortado –por una pared medianera, su dirección indicaba que en aquellos lejanos tiempos debía desembocar en el Río de la Plata cortando lo que hoy es la Avenida del Libertador. En estos momentos se están analizando datos y nuevos antecedentes que permitirían comprobar que un túnel que partía de estas galerías se dirigía hacia el centro de la ciudad para unirse muy probablemente con el ramal oeste..." Con relación a esto recuerda el ingeniero Krieger lo publicado por Manuel Bilbao el 24 de abril de 1932 en el diario La Prensa: "...a la derecha, pasando las Aguas Corrientes (donde ahora están el Museo Nacional de Bellas Artes y la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires), existió hasta 1898 un rancho de barro y techo de totora, llamado el Rancho del Pescador, habitado hacia el año 1867 por un inglés, viejo soldado de los que vinieron con Beresford, que por esa época contaba cerca de ochenta años y cuyos relatos de pasados tiempos tenían el sabor del actor que, al decir de muchos que los escucharon, eran verídicos e interesantes. Entre las cosas que contaba, refería que él había hecho el recorrido por un subterráneo del Socorro a la Recoleta..."
El aporte del arquitecto Héctor Greslebin
Hasta mediar el presente siglo, varias Facultades de la Universidad de Buenos Aires funcionaron en la Manzana de las Luces.
Entrada al túnel existente en el subsuelo del Colegio Nacional de Buenos Aires
En una de ellas, la de Arquitectura allá por 1912, se produjo un hundimiento mientras se construían los cimientos para una sala de dibujo.
Como consecuencia, se formó un pozo que permitía ingresar a un túnel. La noticia de lo ocurrido movió la curiosidad de uno de los estudiantes, el después arquitecto Héctor Greslebin.
Este, a partir de 1917, inició la exploración científica de esos túneles sobre la base del croquis de un releva–miento parcial hecho dos años antes por el ingeniero Topelberg.
El entonces joven estudioso utilizaba para sus investigaciones dos entradas: una ubicada en el sótano del Colegio Nacional de Buenos Aires y otra en el Museo de Historia Natural, por entonces sito en Perú 208.
"Así pude reconocer –dirá Greslebin en 1964– en el perímetro limitado a mi estudio, comprendido en la llamada Manzana de las Luces –ubicada entre las calles Bolívar, Moreno, Perú y Alsina– tres subterráneos principales y varios accesorios. Uno de ellos, que corre de sur a norte, tiene entrada por el punto que ya he mencionado, en el Colegio Nacional, a escasamente 15 m de Moreno y se dirige, después de un primer recorrido sinuoso, en forma curiosamente recta hasta debajo de la calle Alsina, atravesando el edificio y, en algún punto, debajo de los cimientos de la cúpula del templo de San Ignacio. En su extremo norte, un derrumbamiento de tierra cierra el paso.
El otro túnel o subterráneo –prosigue Greslebin– al que entré precisamente por primera vez el día del hundimiento de la facultad de Arquitectura, viene desde el sudoeste y se dirige sinuosamente hacia el norte. Corre en dirección aproximadamente similar a la calle Perú. Avanza desde la calzada de Perú, a pocos metros de la intersección con Moreno, hacia la manzana, para concluir con un trazado paralelo a la acera aproximadamente 5 o 7 m de ésta. Su extremo sur presenta un desmoronamiento de tierra que cierra el paso y su extremo norte desemboca en otro túnel. Este –dice finalmente el ilustre arqueólogo– que constituye el tercer subterráneo, se inicia a la altura de la perpendicular de la línea de edificación de Perú, aproximadamente a 30 m de Alsina. Avanza rectamente hacia el Este y atraviesa el primero de los túneles descriptos, continuando en dirección a Bolívar poco más de 15 m. Desde este mismo túnel, cerca de 15 m al Este del punto donde se une con el segundo de los que he descrito, aparece una nueva excavación en dirección a Alsina, y de ésta, a su vez, surge una nueva derivación en dirección a Perú. Con excepción del subterráneo que va de Este a Oeste, el resto presenta frecuentes 'chicotes' o prolongaciones de la excavación hacia los costados."
De esos "chicotes", uno asumió particular importancia para Greslebin.
Se trata del que partía hacia Perú desde la galería que nace en el subterráneo principal de Este a Oeste.
Según él, habría sido apresuradamente construido para minar en 1806 el emplazamiento de una parte de los invasores británicos –el Regimiento 71–, asentada en la Ranchería, un conjunto de viviendas precarias levantadas en el siglo XVIII por los jesuitas en la intersección de Perú y Alsina.
La deducción del arquitecto Greslebin se fundó en el hecho de que la dirección de esa perforación, sin derrumbes en su parte terminal, apuntaba al lugar antes señalado.

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