¿Cómo era Buenos Aires alrededor de 1800?
Desde su nacimiento, Buenos Aires tuvo varios cambios de imagen, a través del siguiente relato vamos a ver como era la metrópolis del Río de la Plata poco antes de las invasiones inglesas.
A fines del siglo XVIII muchas transformaciones ocurren en Buenos Aires, que se afianzan con su declaración de capital virreinal. Entre esos cambios, en el aspecto físico se abandona la imagen de aldea de adobe y su población se incrementa rápidamente con la llegada de funcionarios que vienen a ocupar nuevos puestos dentro de la estructura organizativa del Virreynato.
Es en estos momentos en que la ciudad va a consolidad su función comercial de intermediaria entre el interior y España, los comerciantes van a enviar numerosos mercachifles que recorrían los caminos ofreciendo mercancías. Buenos Aires se destacaba por presentar un amplio abanico de diferencias sociales, existiendo más de treinta y dos grados intermedios entre los españoles y los indígenas. Estas diferencias marcaban el acceso a privilegios y obligaciones, que podemos encontrar en la descripción de las diferentes procesiones. Es de destacar que la población negra en la ciudad realizaba una variada gama de actividades artesanales, en 1807 este grupo cubría el 30% de la población de la ciudad.
La ciudad se destacaba por las reuniones llevadas a cabo en el interior del hogar, las famosas tertulias convocaban alrededores de la mesa y eran amenizadas por los bailes de moda. En estas ocasiones, las dueñas de casa tenían la posibilidad de hacerse oír, situación que no se contemplaba en otros ámbitos.
El teatro congregaba a todos los sectores sociales, con la particularidad de que los hombres y mujeres asistían a la representación en sectores diferenciados. Para los miembros de la elite, este sector de encuentros les permitía mostrar las conductas consideradas “decentes” a los sectores más bajos de la población.
Los paseos por la Alameda permitían intercambiar saludos, por la tarde era el ámbito por excelencia para el cortejo amoroso. A las pulperías, centro de la vida social masculina, donde se interrelacionaban varios de los sectores que componían la sociedad, se van a agregar los cafés que se convertirán en lugares de encuentro, lectura y discusión de las noticias de los sectores más altos, que en este momento van a iniciar su trayectoria como ámbito de discusión política.
Los viajeros que describen Buenos Aires a fines del siglo XVIII y principios del XIX coinciden en que era una ciudad chata, de casas bajas y techos de tejas donde sobresalían a lo lejos los campanarios de las iglesias.
El 5 de julio de 1661 el rey de España Felipe IV, declaraba que Buenos Aires era la ciudad de la América española que más interesaba a los extranjeros. Con el tiempo, las Invasiones Inglesas y otros acontecimientos posteriores vinieron a dar la razón a este monarca.
Para 1800 los arrabales de la ciudad comenzaban en la parte sur en las calles de México y Chile por donde corría el Tercero del Sur. De allí seguía hacia el noroeste hasta la plaza de Montserrat. El límite norte era la actual calle Corrientes donde comenzaban los tunales. La plaza de toros del Retiro quedaba en la zona de quintas, y en 1807, durante las Invasiones Inglesas, fue ocupada por los patriotas. Los terceros o riachos que cruzaban la ciudad eran varios y según las crónicas, en épocas de lluvias se volvían muy torrentosos y peligrosos; los más famosos eran el de Granados o del Sud y del Temple. El centro era la Plaza Mayor, que a partir de las Invasiones Inglesas se la llamará Plaza de la Victoria. Al igual que en toda ciudad de América española, siguiendo las Ordenanzas de Población de Felipe II, alrededor de la Plaza estaban el Cabildo, el Fuerte y la Catedral. Siguiendo el reparto de tierra realizado por Juan de Garay, al fundar la ciudad en 1580, Buenos Aires era una cuadrícula, las calles se extendían de norte a sur y de este a oeste en forma paralela y cortadas en ángulo recto. El centro de la Plaza de mayo estaba ocupado por la Recova Vieja, entre las calles Defensa y reconquista. Era un edificio de estilo morisco con un arco central, concurrido por las familias que iban a oír las retretas tocadas en el Fuerte, y también los vendedores de mazamorras, tortas fritas, empanadas, etc. Con el correr del tiempo, su función de mercado fue creciendo.
En el siglo XVIII se realizó el primer empedrado en las calles, tarea impulsada por el virrey Juan José de Vértiz, así como también la nivelación de la ciudad, la iluminación, el establecimiento de la Imprenta, la construcción del primer teatro y la fundación del Real Colegio de San Carlos.
La iluminación se realizaba mediante faroles estrechos que contenían en su interior una vela de sebo, la que al quemarse oscurecía el vidrio, resultando deficiente.
Las calles eran insoportables por la tierra en verano y por el barro en invierno; cuando fueron empedradas, había un declive hacia el centro para que corriesen las aguas.
Las casas
Las primeras construcciones eran ranchos de adobe y paja, esta última fue reemplaza por tejas; las paredes eran muy anchas, a veces de un metro.
Al constructor se lo llamaba “alarife”, generalmente de origen español. El estilo de estas casas era derivado de las antiguas casonas romanas con habitaciones en torno de los patios centrales. Las familias más importantes tenían casas de tres patios: el primero de los señores, el segundo del servicio y el tercero para la huerta o corral.
Las fachadas tenían ventanas o balcones de rejas salientes o voladas, y además de la puerta principal de madera, existía una de hierro. El patio de antes recordaba a los de Andalucía, con gran vegetación, con un aljibe que reemplazó al pozo, parrales, higuera y otros árboles. Las casas de familias acomodadas contaban con un salón principal, la sala, con muebles macizos, a veces con dorado, espejos y alfombras. Las arañas tenían bujías con fanales de cristales y caireles. Los techos era de madera blanca, los dormitorios con una cama en el medio, un sofá o cómoda; cuadrando el patio, estaba el comedor y después los dormitorios hasta la cocina. Los pisos eran de ladrillo de los llamados de piso. Las chimeneas, poco usadas, eran reemplazadas por grandes copones de bronce con carbón de leña. El mobiliario general era sencillo y sólido, y los estilos usados podían ser franceses o ingleses.
Las iglesias
Las iglesias daban la idea de que Buenos Aires tenía un alto grado de religiosidad, por las noches sonaban las campanas y acudía una multitud de fieles. Las clases bajas asistían temprano, y las grandes señoras iban a misa de las doce, con grandes mantos negros sobre el rostro, rosarios y crucifijos, y una esclava las seguía detrás portando el devocionario.
Las fiestas religiosas era populares y solemnes. La de San Martín de Tours, Patrono de la Ciudad, el día 11 de noviembre, era tan importante que formaba todo el ejército, y concurrían las autoridades al Tedéum en la Catedral. También se celebraba con gran pompa la fiesta de Corpus Christi: la tradicional procesión recorría las calles del centro de la ciudad, y asistían autoridades eclesiásticas, congregaciones, pueblo y ejército. La fiesta de Santa Clara, segunda Patrona de Buenos Aires, se celebraba en la iglesia de San Juan, también con gran pompa. Era innumerables las fiestas en honor a distintos santos. Se destacaban especialmente las celebraciones de Semana Santa.
En esta época la ciudad tenía seis parroquias, dos monasterios, seis convenitos, restos de arquitectura jesuítica, un orfanato y un hospital.
El teatro
Desde mediados del siglo XVIII había teatro en Buenos Aires, de acuerdo con una solicitud de representar óperas y comedias; aunque no consta la puesta en escena de óperas sino de obras del teatro clásico español. El lugar utilizado para esto fue un baldío en la actual calle Reconquista, llegando a Lavalle. En general, la comedia era el género más frecuente, y se representaba en los “corrales”, lugares descubiertos así llamados en distintos pueblos españoles.
Pero no hubo un teatro propiamente dicho hasta que se levantó el de “La Ranchería”. En tiempo del virrey Vértiz se llevó adelante el propósito del empresario Velarde, de construir un galpón con capacidad suficiente y todas las comodidades necesarias en una zona conocida como la ranchería porque allí estuvieron los ranchos de los indios mansos de las reducciones jesuíticas. Esto era en la esquina de Perú y Alsina, y empezó a funcionar en 1778.
Vértiz hizo colocar faroles con velas de sebo para iluminar tanto el galpón como las calles de los alrededores, dado que era una zona oscura; de esta manera se facilitaba la concurrencia de los vecinos. El mismo virrey, que frecuentaba casi todas las noches el teatro, decidió anunciar que destinaría lo recaudado para el Asilos de Niños Expósitos, con el propósito de fomentar la asistencia del público. El interior del teatro era sencillo, con hileras de bancos de pino que formaban la platea; las tres primeras tenían respaldo y eran las más caras, y las últimas las más baratas, que eran para el público que pagaba entrada general y permanecía parado. Las obras que se representaban eran comedias, sainetes, dramones y tonadillas. Sin embargo, corta fue su vida, ya que un cohete cayó sobre el techo de paja y produjo un incendio en agosto de 1792. En 1806 los ingleses ocuparon los restos que quedaban del teatro y lo usaron como cuartel.
Posteriormente en la esquina de Reconquista y Cangallo, frente a la iglesia de la Merced, se estableció el Coliseo o Teatro Argentino, que hasta 1812 se llamó Teatro Provisional de Comedias, donde en 1806 y 1807 con motivo de la Reconquista se realizaron grandes festejos.
La población y sus oficios
De los cuarenta mil habitantes que aproximadamente tenía Buenos Aires para principios del siglo XIX, la quinta parte eran blancos y el resto mestizos de variadas gamas.
Entre los blancos, los españoles ocupaban cargos dirigentes y, junto con los criollos (hijos de extranjeros nacidos en América), desempeñaban también diferentes profesiones y oficios, como por ejemplo: abogado, boticario, carpintero, carretillero, cirujano, estanciero, herrero, librero, médico, músico, pulpero, entre otras.
En cuanto a los negros, fueron traídos como esclavos en el período colonial, y su número aumentó a partir del Tratado de Ultrecht (1713). La Compañía del Mar del Sud los introdujo en Buenos Aires y la plaza del Retiro se constituyó como un mercado de esclavos. Muchos de ellos realizaban oficios para sus dueños: albañil, aserrador, carnicero, cocinero, cochero, herrero, músico, platero, zapatero, entre otros. Podemos observar que había algunos oficios comunes a todos los grupos, como los de albañil, hortelano, zapatero y peón. Los negros libres eran escasos.
Los indios y mestizos (mezcla de blanco e indio) eran los grupos étnicos menos numerosos en la ciudad, pese a que el mestizaje fue muy fuerte en la América española.
En relación con el comercio, pocas conclusiones pueden sacarse sobre el lucro profesional, las transacciones diarias se anotaban en trozos de papel o en una libreta.
Las anotaciones eran pocas, ya que el dinero era el único medio de pago. Sin embargo nuevos estudios demuestran la existencia de créditos y pagos en especies. El metálico era escaso.
Las costumbres
En el verano era común el baño en el río, temporada que se iniciaba el 8 de diciembre con la bendición de las aguas que hacían los franciscanos y dominicos. Las señoras se bañaban por la tarde, a la caída del sol: los tenderos y almaceneros lo hacían de noche.
En el atuendo femenino cabe destacar por su elegancia, el abanico; los había de gran diversidad: de encaje de Inglaterra, de cabritilla blanca pintada, de encajes diversos, de rico papel pintado, con lentejuelas, etc. Tenían las varillas de marfil y de nácar, labradas con incrustaciones de oro. El abanico era un elemento esencial para la dama en su trato social.
Los viajeros coinciden en afirmar que las damas los compensaban de sus infortunios con su viva charla, una gran dulzura y deseos de agradar. Sus vestidos no eran ostentoso, hombros y cabezas cubiertos por una capucha que oscurecía una parte del rostro, no usaban sombrero y su largo cabello negro estaba anudado en un apretado moño sobre la cabeza sujeto con una peineta. Este accesorio era considerado por ellas como muy sentador, ya que también lo usaban sus niños de meses, lo que resultaba bastante cómico. Zapatos altos y medias de seda con lentejuelas adornaban generalmente las piernas femeninas.
En cuanto a las comidas, las clases alta comúnmente desayunaban chocolate y masitas: en el almuerzo, el primer plato era una sopa con pedazos de carne vacuna y de cerdo, porotos y legumbres u otros ingredientes como huevos, pan y espinaca con tiras de carne; el segundo plato era carne asada en tiras y finalmente pescado nadando en aceite y ajo. También comían albóndigas con arroz, locro, empanadas cordobesas con sabroso picadillo de carne y cebolla. Los pasteles caseros se mandaban a cocinar a la panadería, de donde volvían, con frecuencia, quemados o fríos ya que no había hornos en la casas. Era una alimentación muy sana, de postre comían frutas como manzanas, peras, brevas, duraznos, sandías, melones; o la leche crema, el arroz con leche con canela, el maíz frito, los orejones de durazno con azúcar, las tortas fritas y los dulces. Las damas bebían agua y los caballeros vino blanco de San Juan o tinto de Mendoza. Ellos fumaban y dormían la siesta hasta alrededor de las cinco. Luego daban una vuelta para airearse; la costumbre de hacer ejercicio no existía en aquella época. Lo mismo se repetía a la noche, y luego iban a dormir.
¿Cómo se proveían de los elementos básicos? La leña se descargaba en las puertas de las casas; los escoberos, con sus escobas y plumeros de plumas de avestruz recorrían la ciudad de día y de noche, como también los lecheros, los pasteleros, los mazamorreros, etc.
Los primeros aguateros llevaban sus pipones de agua del río sobre dos grandes rudas conducidas por bueyes, ya que el agua limpia se encontraba lejos de la costa. Este sistema funcionó así hasta que comenzó la provisión de aguas corrientes, recién a fines del siglo XIX.
FUENTE: Invasiones Inglesas al Río de la Plata. Editado por el Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires. 2007
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