Las alturas de la “Gran Aldea”
A mediados del siglo XIX la ciudad de Buenos Aires distaba mucho de estos casos. Su altura máxima estaba dada por las torres y las cúpulas de sus iglesias y la torre de su cabildo. Estas promediaban los 35 metros de altura, insignificantes comparados con los 116 de la Catedral de Florencia o los 132 de San Pedro en Roma. Si volviéramos en el tiempo a fines de la década de 1850 y nos ubicáramos mirando hacia el sudeste en lo alto de los Cuarteles del Retiro, podríamos observar claramente los 45,95 metros de la cúpula de la Catedral Metropolitana sobresalir por sobre todas las otras cúpulas y torres. Muy cerca nuestro veríamos la torre de Santa Catalina (30 m.) y un poco más lejos, la cúpula de La Merced (38 m.), la torre del Cabildo (aprox. 38 m.) y las torres de San Ignacio (40 m.). Un poco más distante aparecerían la cúpula y las torres de San Francisco (aprox. 43 y 33 m.) y la cúpula y las torres de Santo Domingo (41 m.). Finalmente, mirando hacia otros puntos cardinales tendríamos las torres de San Miguel, San Nicolás y El Pilar, todas con menos de 40 metros. La Aduana Nueva y el Molino Harinero San Francisco, dos de las construcciones más altas de la ciudad, casi no se podrían ver, ya que estaban debajo de la barranca (Paseo Colón – Leandro N. Alem). Apenas si llegaríamos a divisar la torre del primer edificio mencionado, el que fuera construido entre los años 1855 y 1857 por el arquitecto inglés Edward Taylor. La “Aduana Taylor”, como también se la llamó, tenía 5 plantas con 51 almacenes rodeados por galerías y estaba asentada sobre la tosca, donde hoy existe el Parque Colón, detrás de la Casa de Gobierno. Vista desde el río impresionaba por su blancura, en tanto que su fachada semi-circular estaba rematada por una torre-faro de aproximadamente 40 m. de altura, que era la primera imagen que tenían los viajeros de Buenos Aires. Esta construcción que sería demolida en 1894 para dar paso a Puerto Madero, fue el primer edificio público de gran volumen posterior al Virreinato. También constituyó uno de los primeros terrenos ganados al río, conjuntamente con el relleno en el que en 1855 se instalaría la usina de gas de alumbrado (actual Plaza Fuerza Aérea Argentina).
Julio Luqui Lagleyze define a la Aduana Taylor como el edificio más alto de Buenos Aires al promediar el siglo XIX. Sin embargo Enrique Herz dice que este título lo ostentaba el Molino Harinero San Francisco, que se encontraba también en el bajo, en la calle Potosí (hoy Alsina) entre Balcarce y Paseo Colón (vereda sur) . Propiedad de los señores Blumstein y Laroche, había comenzado a funcionar el 5 de enero de 1846, fecha que se considera fundamental en la evolución técnica de la Argentina. Su maquinaria se movía por la fuerza del vapor que producían tres calderas, que habían sido proveídas por una firma inglesa, la de J. E. Hall en Dartford (Kent). Al igual que la Aduana Taylor, consistía en una construcción de 5 plantas, aunque en este caso rematada por una alta chimenea cuadrada que competía en altura con la torre del otro edificio. A partir de su inauguración, el uso de la máquina de vapor fue corriente en Buenos Aires. El edificio, sin embargo, fue demolido a comienzos del siglo XX. Posterior sería el molino de Domingo Justo, que se encontraba en la esquina de Balcarce y Chile y tenía una chimenea, que aunque más baja que la del Molino San Francisco, también se destacaba por sobre las otras edificaciones de la “Gran Aldea”.
Tanto la Aduana Taylor como el Molino San Francisco estaban entre las construcciones más altas de Buenos Aires. Sin embargo, ninguna de las dos superaba los 46 metros de la Catedral. Posteriormente, en las últimas décadas del 1800 fueron construidas en la ciudad nuevas iglesias con torres y cúpulas que en algunos casos superaron en altura a las ya existentes del período hispánico.
Son de ésta época la conclusión de la iglesia de San Telmo y los templos de El Salvador, Santa Felicitas, Santa Cruz, La Piedad y San Cristóbal entre otros. En el resto del país también se levantaron iglesias con torres que se fueron elevando cada vez más. Entre los casos más significantes están la Catedral de Paraná (54 m.), el campanario de la Iglesia de San Francisco en Salta (53 m.) y la Catedral de San Isidro (68 m.). Con la apertura de la Avenida de Mayo en 1894, Buenos Aires siguió cobrando altura, ya que los remates de sus edificios llegaron a promediar los 40-50 metros. Sin embargo, no faltaría mucho para que la ciudad diera el gran paso que empezara a satisfacer sus “necesidades monumentales”, acordes con su posición de capital de un país “futura potencia mundial” y “granero del mundo”. Estas necesidades se comenzarían a cubrir con la construcción de un monumental edificio público que superaría en altura a todos los otros existentes hasta ese entonces. Sin dudas un sitial de privilegio, que se decidió entonces, sería reservado para el futuro Palacio del Congreso Nacional.
A fines del siglo XIX los tres poderes del Gobierno Nacional se encontraban en torno a la Plaza de Mayo. La Corte Suprema de Justicia funcionaba en el Cabildo, en tanto que el Poder Ejecutivo lo hacía en la primitiva Casa de Gobierno y el Legislativo en el edificio de Balcarce y Victoria (hoy Hipólito Yrigoyen), construido a comienzos de la década de 1860. El 20 de octubre de 1887, acorde con los nuevos tiempos que corrían, el Gobierno llamó a concurso para construir el nuevo “Palacio del Congreso”. La ubicación original iba a ser en lo que hoy es
la Plaza Rodríguez Peña, pero posteriormente el Presidente Miguel Juárez Celman destacaría la conveniencia de que su ubicación estuviera en el extremo oeste de la futura Avenida de Mayo, para que de esa manera la misma uniera simbólicamente al Poder Legislativo con el Ejecutivo. Fue así que se tomó la determinación de construir el nuevo edificio en la manzana comprendida por las calles Victoria, Entre Ríos, Rivadavia y Pozos. El predio, que en ese momento pertenecía a los hermanos Spinetto, fue comprado por el Gobierno el 5 de julio de 1889.
En 1895 se llamó a concurso, presentándose 29 trabajos de distintos países. El objetivo del Gobierno con este ambicioso proyecto era “asumir la imagen arquitectónica del más representativo de los poderes que integran un sistema de gobierno democrático. Por otro lado, este tipo de edificio aspiraba a ser, en el momento de su concepción y su construcción, el monumento arquitectónico consagratorio de la cultura arquitectónica de un país. En muchos casos, además, se transformaría en símbolo de unidad política, exaltación patriótica y participación cívica y se convertiría en emblema arquitectónico de una ciudad capital, e inclusive de un país.”
El proyecto ganador del concurso correspondió al arquitecto italiano Vittorio Meano (1860-1904), un piamontés que había llegado a la Argentina en 1884 convocado por su compatriota Francesco Tamburini y que desde la muerte de éste en 1890, se había hecho cargo de la construcción del nuevo Teatro Colón, modificando inclusive el proyecto original. El contrato para la dirección de obra del nuevo Congreso fue firmado el 31 de julio de 1896. El 10 de octubre del mismo año se abrieron los sobres de las doce propuestas presentadas a la licitación, que finalmente fue ganada por la empresa de Pablo y Soave Besana. La firma del contrato se llevó a cabo en 1897 y el monto total de la obra fue de 5.776.545 pesos moneda nacional.
La construcción del Palacio del Congreso comenzó a principios de 1898. El estilo elegido fue el neo-clásico monumental, en tanto que en la elevación de sus muros se usaron distintos tipos de mampostería. Se decidió que los frentes serían de corte grecorromano, clasicistas y de carácter triunfal, con grandes acentos en su decoración, a través de estatuas, emblemas y bajorrelieves. Meano planteaba que “acudiremos pues a la magnificencia romana, a aquella Roma que heredó de la libre Grecia la más hermosa de todas las arquitecturas y supo aprovecharla modificándola, enriqueciéndola y ampliándola, hasta llevarla al más alto grado de esplendor.”
Los modelos que inspiraron al Palacio del Congreso fueron el Reichstag de Berlín y la Mole Antonelliana de Turín. Cómo la principal característica del edificio tenía que ver con su condición de remate de la Avenida de Mayo, debía ser acentuado por una torre esbelta que rematara en una cúpula especialmente diseñada para verse desde la Plaza de Mayo en el extremo este de la arteria. Meano consideraba imprescindible “la necesidad de combinar, en la nueva fachada hacia el boulevard, un cuerpo central que constituya un motivo independiente, cuyo ancho no supere la desembocadura de aquel y que sobresalga en lo posible del suelo, mediante gradas y zócalos apropiados.
[…] La cúpula podrá adquirir de conformidad con el estilo arquitectónico que se adopte, y teniendo en cuenta las condiciones indicadas de ubicación del edificio, creemos que la forma general más adecuada para el caso actual es la piramidal de faces curvas y de base cuadrada, dejando a un lado las demás formas prácticas más conocidas […] La forma circular, es sin duda, la más perfecta, desde que ha dado lugar a las mejores concepciones arquitectónicas; pero por varios motivos no la consideramos apta para el caso actual.”
Finalmente la cúpula se construyó sobre un tambor cilíndrico apoyado en un basamento de planta cuadrada de 22,50 m. por lado. Las dos Cámaras se proyectaron en el primer piso, resolviendo Meano muy hábilmente la disposición de las mismas. La de Diputados se ubicó en torno al eje principal del edificio como motivo posterior de la fachada de la calle Combate de los Pozos y la de Senadores se situó dentro de los patios interiores formando una composición centrada sobre el eje que une las calles Hipólito Yrigoyen y Rivadavia. Debajo de la cúpula, a 65 metros de la misma, se dispuso el Salón Azul, el más monumental de todos los espacios ceremoniales del palacio. El total de la altura de la cúpula del Congreso Nacional desde la línea de la calle hasta su punto más alto es de 85 metros, lo que la constituyó en la altura máxima de Buenos Aires al momento de su construcción.
El Palacio del Congreso fue inaugurado el 12 de mayo de 1906, cuando el Presidente José Figueroa Alcorta dio comienzo al período ordinario de las sesiones de aquel año. El arquitecto Meano no pudo ver su obra concluida, ya que el 1° de junio de 1904 fue terriblemente asesinado en su casa de la calle Rodríguez Peña. El asesino resultó ser su ex-mucamo, a quién el arquitecto había despedido unos meses antes. Las obras del edificio quedarían definitivamente concluidas en 1946 cuando se revistiera la pared exterior del frente de la calle Combate de los Pozos. La Plaza del Congreso, en tanto, fue inaugurada en 1910. El Palacio Legislativo, símbolo de la opulencia argentina de comienzos del siglo XX, recién sería declarado Monumento Histórico Nacional a través del decreto 2676 del 26 de diciembre de 1993.
En Temas de Patrimonio Cultural 15. RASCACIELOS PORTEÑOS. Historia de la Edificación en altura en Buenos Aires (1580-2005). Leonel Contreras. Buenos Aires: Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, 2005. Capítulo I. MÁS CERCA DE DIOS. Las alturas de la “Gran Aldea” y el Congreso Nacional.
“Estampas de Buenos Aires”. Blog de Carlos Szwarcer. Monografías.co
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