domingo, 17 de julio de 2016

El Café de Marcos. (1º parte)

A doscientos diez años (junio de 1801) de la inauguración del “Café de Marcos” (Mallcó, Marco, o Marcó) que albergó la presencia de los primeros patriotas: ¿Qué de aquel legendario café, caja de resonancia de la intelectualidad porteña, lugar de anécdotas increíbles, testigo de nuestro país en sus orígenes?
De este lugar de tertulias, trascendentes encuentros, y metódicos excesos de algunos “prohombres” transcribiremos en cuatro partes una interesante y pormenorizada nota de Jorge Bossio (1).
(Carlos Szwarcer)

Café de Marcos. (Ilustración Arq Carlos Moreno).
“Cuándo comprenderán los hombres el sentido y el espíritu de la libertad. Cuándo comprenderán que los dogmas no son el sendero de esa libertad, sino el de la esclavitud y el fracaso. Esto es lo que deseamos probar con la historia del “Café de Marcó”. La libertad y no el liberalismo- se diseminó en esta casa como duende misterioso y maravilloso que alumbraba el al­ma humana, el alma de los porteños y los americanos.
A principio del siglo XIX, el teatro de la Ranchería -vecino de la Plaza Mayor-, fue ocupado por los in­gleses que nos habían invadido. Allí instalaron su cuartel general. Sin saberlo, los invasores eran vigi­lados desde un edificio de altos, uno de los dos de la ciudad virreinal. Ese edificio de altos era el del “Ca­fé de Marcó”.
Numerosas páginas de nuestra historia germinal ocu­pó el “Café de Marcó”, desde fines de la administra­ción española hasta el último tercio del siglo XIX. Va­rias y sucesivas generaciones serpentearon entre sus mesas, holgaron en sus sillas, meditaron en su ámbito hasta convertirlo en el cenáculo histórico que no po­demos olvidar en el momento de celebrar los fastos de la Patria y ordenar estas páginas en la historia de los cafés porteños.
La aparición de esta casa -café fue anunciada en el “Telégrafo Mercantil” del 3 de junio de 1801; se de­cía en el aviso que, para el día siguiente se ofrecía la inauguración de un moderno salón de “Villar, Confi­tería y Botillería” al que, seguramente, concurrirían los mejores hombres de la ciudad. En ese día, los porte­ños elegantes se acercaron a la esquina de la Santísi­ma Trinidad y San Carlos (hoy Bolívar y Alsina) inte­resados en conocer la nueva tertulia. El ambiente es­pacioso permitía divisar hacia el fondo dos billares, acontecimiento inusitado en aquel antiguo Buenos Ai­res, cuando de los cafés existentes, sólo algunos tení­an una mesa de billar.
Las mesas y los bancos, rústicos pero fuertes, re­cibían a los distinguidos caballeros del virreinato. Otro anuncio, empero, causó perplejidad y asombro: la casa-café contaba y ponía a disposición de su clien­tela, un sótano destinado a mantener fresca la bebi­da. Asimismo, se anunciaba que a partir del 1° de ju­lio de aquel año, el café pondría a disposición de los parroquianos un coche de cuatro asientos para tras­ladar a los contertulios a sus casas cuando llegara la estación de las lluvias. Buenos Aires comenzaba a ser una ciudad progresista, aún cuando fuera toda­vía la “gran aldea”.

Polémica por su nombre
Poco se conoce de la vida del propietario del café, pero mayores dudas causó a los historiadores el ape­llido de su propietario. Para Miguel Cané, en su libro “Prosa Ligera”, era el café de “Mallcos”. Para José Antonio Wilde, en “Buenos Aires desde setenta años atrás”, era el “Ca­fé de Marcos” y, a su vez, Ignacio Núñez, que relató los sucesos más importantes del período revoluciona­rio, coincide con Wilde y lo denomina Marcos. El his­toriador Horacio Batolla, en “La sociedad de anta­ño”, se acerca a Cané y lo denomina, “Malcos”. En un conocido trabajo, cuyo autor se desconoce pues es­tá firmado por “Un inglés que nos visitó entre 1820 y 1825″, se dice que era el café de San Marcos, en tan­to Antonio Luis Beruti, testigo de los sucesos de 1810, lo recuerda en sus “Memorias Curiosas”, como el “Café de Marco”. Por esos mismos días, Carlos José de Guezzi, diplomático de la corona portuguesa e in­formante de los ingleses, lo llamó “Marcos”.
Historiadores contemporáneos como José Torre Re­vello y los investigadores Leoncio Gianello, Ricardo Piccirilli y Francisco Romay, coinciden en denomi­narlo “Café de Marco”. Como se puede apreciar, con­vergencias y divergencias ofrecen un panorama oscu­ro, casi dilemático, en este asunto de cuál era la grafía del apellido del propietario del café. Sólo puede ser develado a la luz de nuevos documentos históricos. En diferentes protocolos de escribano que hemos consul­tado, en los que se registran testamentos, contratos de compañía y fundación de capellanías, aparece la firma del propietario del café con una acentuación aguda y sin la “s” final. Inferimos, por tanto, que la estrictez de la documentación no muestra que el apellido del propietario del café era “Marcó”. Creemos que la evi­dencia y el testimonio son irrefutables”.




1) “Los Cafés de Mayo de 1810”. Bossio, Jorge A. En “Cuadernos del Café Tortoni”. Nº 7. Buenos Aires. Mayo de 2002.

- Ilustración: Arq. Carlos Moreno.

“Estampas de Buenos Aires”. Blog de Carlos Szwarcer. Monografías.com 

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