Rubén Darío en el lazareto dela isla Martín García.
Página dedicada a Rubén Darío por Benavidez Bedoya
en el Álbum de las estampillas.
Autor: BB
elalbumdelasestampillas.blogspot.com
Rubén Darío en el Lazareto de la isla Martín García.
El 23 de Mayo de 1895, Rubén Darío se hallaba alojado en “la Casa de los Médicos” en el Lazareto de Martín García. Fue llevado allí por el Doctor Plaza quién lo había tratado de sus excesos alcohólicos, con los cuales tuvo que lidiar toda su vida. En Buenos Aires, el mismo Doctor lo había tratado ya dos veces. En la isla y en una hora y media, compuso “La Marcha triunfal”, su poema más famoso, para la velada patriótica del 25 de mayo tras comprometerse con el Ateneo de Buenos Aires. Del cual era Director mi tatarabuelo, el poeta Carlos Guido y Spano y al cual Rubén Darío también le escribe un Poema en la isla en agradecimiento por la publicación de la “Marcha Triunfal” en la portada de “La Nación”, para la cual ya había escrito tres crónicas desde el lazareto, firmando con seudónimo. En esas crónicas se describe el lazareto en su totalidad y se relata la circunnavegación de la isla hecha por el divino Rubén con remeros aficionados y seguramente borrachos. Cuando estuvo Darío, entró en cuarentena el “Aquitania” un barco que será importante más delante de este fragmentado relato. Con respecto a la cura alcohólica no debe haber sido gran cosa, pues Rubén tuvo el tino de enamorarse de la cantinera de la isla. 1895 fue un año fatídico para Darío, pues perdió a su madre y cerró el consulado colombiano en Buenos Aires del cual era titular, quedando en la ruina y teniendo que ser nombrado Secretario del Director de Correos, para poder seguir viviendo en forma desenfrenada. Rubén pasó un mes en Martín García, como su admirador Jorge Luis Borges, pasó un verano 16 años después. Rubén Darío circunnavegó la isla Martín García, como 30 años antes la circunnavegara Richard Burton, estudiado también por Borges por ser uno de los traductores de Las mil y una noches y el compilador del Kama Sutra. Burton era un aristócrata rebelde, Capitán y espía, violento bebedor, aventurero y viajero infatigable. Existe un libro maravilloso donde relata su estadía en el Río de La Plata y en el Paraguay en 1868, libro que aparentemente Borges desconocía. El libro se llama:
“Cartas desde los campos de batalla del Paraguay”. Editorial El Foro.
La Marcha triunfal
¡Ya viene el cortejo!
¡Ya viene el cortejo! Ya se oyen los claros clarines,
la espada se anuncia con vivo reflejo;
ya viene, oro y hierro, el cortejo de los paladines.
Ya pasa debajo los arcos ornados de blancas Minervas y Martes,
los arcos triunfales en donde las Famas erigen sus largas trompetas
la gloria solemne de los estandartes,
llevados por manos robustas de heroicos atletas.
Se escucha el ruido que forman las armas de los caballeros,
los frenos que mascan los fuertes caballos de guerra,
los cascos que hieren la tierra
y los timbaleros,
que el paso acompasan con ritmos marciales.
¡Tal pasan los fieros guerreros
debajo los arcos triunfales!
Los claros clarines de pronto levantan sus sones,
su canto sonoro,
su cálido coro,
que envuelve en su trueno de oro
la augusta soberbia de los pabellones.
Él dice la lucha, la herida venganza,
las ásperas crines,
los rudos penachos, la pica, la lanza,
la sangre que riega de heroicos carmines
la tierra;
de negros mastines
que azuza la muerte, que rige la guerra.
Los áureos sonidos
anuncian el advenimiento
triunfal de la Gloria;
dejando el picacho que guarda sus nidos,
tendiendo sus alas enormes al viento,
los cóndores llegan. ¡Llegó la victoria!
Ya pasa el cortejo.
Señala el abuelo los héroes al niño.
Ved cómo la barba del viejo
los bucles de oro circunda de armiño.
Las bellas mujeres aprestan coronas de flores,
y bajo los pórticos vense sus rostros de rosa;
y la más hermosa
sonríe al más fiero de los vencedores.
¡Honor al que trae cautiva la extraña bandera
honor al herido y honor a los fieles
soldados que muerte encontraron por mano extranjera!
¡Clarines! ¡Laureles!
Los nobles espadas de tiempos gloriosos,
desde sus panoplias saludan las nuevas coronas y lauros
las viejas espadas de los granaderos, más fuertes que osos,
hermanos de aquellos lanceros que fueron centauros.
Las trompas guerreras resuenan:
de voces los aires se llenan...
A aquellas antiguas espadas,
a aquellos ilustres aceros,
que encaman las glorias pasadas...
Y al sol que hoy alumbra las nuevas victorias ganadas,
y al héroe que guía su grupo de jóvenes fieros,
al que ama la insignia del suelo materno,
al que ha desafiado, ceñido el acero y el arma en la mano,
los soles del rojo verano,
las nieves y vientos del gélido invierno,
la noche, la escarcha
y el odio y la muerte, por ser por la patria inmortal,
¡saludan con voces de bronce las trompas de guerra que tocan la marcha triunfal!...
Rubén Darío 1895.
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