domingo, 17 de julio de 2016

El Café de Marcos (2º Parte)

A doscientos diez años (junio de 1801) de la inauguración del “Café de Marcos” (Mallcó, Marco, o Marcó) que albergó la presencia de los primeros patriotas: ¿Qué de aquel legendario café, caja de resonancia de la intelectualidad porteña, lugar de anécdotas increíbles, testigo de nuestro país en sus orígenes?
De este lugar de tertulias, trascendentes encuentros, y metódicos excesos de algunos “prohombres” transcribiremos en cuatro partes una interesante y pormenorizada nota de Jorge Bossio (1).
(Carlos Szwarcer)





Origen y personalidad de Marcó
El propietario del café del Colegio, como se lo co­nocía por su cercanía con el Colegio de San Carlos (hoy Nacional Buenos Aires) era hombre que gozaba de prestigio entre quienes lo trataron; su personalidad se enriquecía por los frecuentes actos de generosidad que lo caracterizaron. No era ni desaprensivo ni pró­digo; por el contrario era cuidadoso en sus menesteres comerciales, humano con quienes lo trataron y agra­decido con aquellos que lo ayudaron en las épocas de trabajo y sacrificio.
Marcó era natural de la villa de Isaza, entroncada en el valle del Roncal, en pleno reino de Navarra. Des­cendiente de guipuzcoanos, hombres de fe, hidalguía, coraje y generosidad; hijo legítimo, según reza el tes­tamento primero, de don Pedro Marcó Jarra y de do­ña Juana María Gorrindo, fallecidos para el tiempo en que firmó ese documento. Marcó permaneció soltero; no tuvo, por lo tanto, herederos universales, ni ascen­dientes ni descendientes. Como cristiano y fiel católi­co, fue bautizado en la basílica de Nuestra Señora de Idoya, en su pueblo natal, la villa de Isaza.

La Historia argentina en el Café de Marcó
Cuando los ingleses intentaron la desdichada aven­tura de conquistarnos, en 1806, establecieron su cuar­tel en el predio conocido entonces como de la “Ran­chería”, ubicado detrás de la Manzana de las Luces. Vigilar al enemigo no era sencillo, ya porque las ca­lles eran angostas, como por la vigilancia que los in­gleses, hábiles militares, impusieron en esa ocasión. Los españoles y los criollos pusieron a prueba toda su astucia para alcanzar el objetivo de inteligencia. Para ello decidieron utilizar el edificio de alto, que había en la cercanía, que no era otro que el del Café de Mar­có. Desde allí atisbaron los movimientos de los “grin­gos”. El café estaba, precisamente ubicado en posi­ción estratégica inmejorable para acecharlos. En su te­cho se ubicaban los encargados de cumplir la misión.
Había comenzado el desfile de la historia en el lo­cal del Café de Marcó. Como una suerte de atracción vital, de ahí en más, se sucedieron los hechos políti­cos en la esquina de la historia argentina. Luego vi­nieron los combates y la heroicidad de los porteños.
No fue este hecho, empero, el único que señaló a la historia la importancia de aquel edificio porteño. El 1° de enero de 1809 culminaba en Buenos Aires un pro­ceso político no totalmente esclarecido: la asonada di­rigida por don Martín de Alzaga. El movimiento con­tó con la participación de figuras espectables y de an­tigua prosapia española de la capital del virreinato. Nombres como los de Santa Coloma, Olaguer, Reynales, Villanueva y Neira aparecieron complicados en la rebelión. Al parecer, las reuniones y corrillos de los partidarios de Alzaga se efectuaron en el Café de Mar­có,por estar cercano al Cabildo y al Fuerte. En la ma­ñana de la insurrección de los “sarracenos”, como los criollos llamaban a los sediciosos, cuerpos de los re­gimientos de catalanes, vizcaínos y gallegos cometie­ron desmanes en la plaza Mayor, golpeando a gente del pueblo, a soldados y a oficiales del regimiento de Patricios, a quienes llevaron a la cárcel. Como reac­ción inmediata, un batallón de Patricios se dirigió a la Plaza para cubrir el orden alterado, ingresando poste­riormente al Fuerte. Hacia el mediodía, después de apostarse algunos batallones de artillería frente al Ca­bildo, donde se habían ubicado los insurrectos y tras dominar el sector, la situación quedó totalmente con­trolada y en manos de los partidarios del Virrey Liniers. Mucha fue la gente a la que se detuvo, además de los cabildantes. “Mi amigo -dirá Carlos José de Guezzi, en carta a un porteño-, los que tenían el rabo de paja deben temblar”. El Café de Marcó fue clausurado y el dueño debió salir de la ciudad. El Café de Marcó era considerado como una mezquita en la que hacían “junta los sarracenos”, pues se había constitui­do en el lugar de reunión preferido por los partidarios de Alzaga.
¿Cuáles fueron los motivos políticos que impulsa­ron a Liniers a decidir la clausura del café? Su pro­pietario no tuvo participación alguna, ni directa ni in­directamente, en los acontecimientos de aquella jor­nada. Al parecer, según testimonio de la época, Li­niers logró interferir la correspondencia del español Elío, de Montevideo, dirigida, precisamente a Pedro José Marcó.
La razón que se invocó para clausurar el nego­cio y expulsarlo de la ciudad no fue, a mi entender, suficiente, dado que la correspondencia no tenía vin­culación con el movimiento de Alzaga. Sí lo com­prometían las reuniones y corrillos que hacían los es­pañoles y la gente del Cabildo; digamos que aquellos corrillos hoy llamados rumores o trascendidos, esta­ban a la orden del día y eran los instrumentos que cre­aban el clima propicio para la revuelta contra Liniers. El virrey ordenó la clausura amparado en un viejo bando dictado durante la época de las invasiones in­glesas por el que se ordenaba el cierre de cafés y pul­perías a determinadas horas para que los parroquia­nos concurrieran a los entrenamientos militares. Ex­pulsados los ingleses, el bando continuó teniendo vi­gencia porque de ese modo se controlaba el “corri­llo” político. Por su parte Liniers amplió los alcan­ces del bando en razón de “…que no siendo pocos los individuos que disipan inútilmente pasando muchas horas y hasta días enteros en las casas ca­fé, formando corrillos y propagando noticias cier­tas o falsas”. Esta medida fue la que permitió a Li­niers aplicar la pena de mayor efecto.
La medida era oportuna para atender a la defensa de Buenos Aires pero era inadecuada como disposi­ción política de orden interno. En estas circunstancias el francés demostró no conocer el espíritu español y, aún más, el del porteño que gustaba dejarse estar en los cafés y en las pulperías. Era una costumbre atávi­ca que no se podía combatir.
La política era, por entonces, como lo es hoy y, se­guramente, lo será mañana, la alícuota con que los hombres realizan su parte activa en la sociedad. Como era lógico esperar, las medidas adoptadas no fueron suficientes y los corrillos no desaparecieron de la ciu­dad. Pese a todo Liniers dispuso el cierre del Café de Marcó, el 2 de enero de 1809 y se lo hizo conocer al propietario por el Sargento Mayor del Fuerte, imponiéndose, al mismo tiempo de la obligación de salir de la ciudad por el término de tres días. Creyó el gobierno virreinal, equivocadamente, que de este modo se eliminaba el cenáculo político. Se equivocó grave­mente: lo único que consiguió fue dar sinsabores e in­gentes pérdidas al renunciante Liniers y asumida la conducción del virreinato por Baltazar Hidalgo de Cisneros, recién fue revocada la medida punitoria. Y lo fue el 21 de agosto cuando Cisneros firmó la revoca­ción de la medida, refrendada por Joseph de Basavilbaso en el que se determina como “…compurgada la culpa que pudiese tener el suplicante Pedro José Mar­có”. Fue esta la primera clausura de un café por razo­nes políticas, pero -preguntamos- qué motivó de par­te de Liniers tal encono? Razones personales o, acaso, estrategia de estado. Las primeras no se conocen; las segundas parecen más evidentes, más comprensibles, pero lo cierto es que el Café de Marcó debió sufrir las alternativas de la política argentina.




1) En “Los Cafés de Mayo de 1810”. Bossio, Jorge A. En “Cuadernos del Café Tortoni”. Nº 7. Buenos Aires. Mayo de 2002.



“Estampas de Buenos Aires”. Blog de Carlos Szwarcer. Monografías.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario