El Café de Marcos (2º Parte)
A doscientos diez años (junio de 1801) de la inauguración del “Café de Marcos” (Mallcó, Marco, o Marcó) que albergó la presencia de los primeros patriotas: ¿Qué de aquel legendario café, caja de resonancia de la intelectualidad porteña, lugar de anécdotas increíbles, testigo de nuestro país en sus orígenes?
De este lugar de tertulias, trascendentes encuentros, y metódicos excesos de algunos “prohombres” transcribiremos en cuatro partes una interesante y pormenorizada nota de Jorge Bossio (1).
(Carlos Szwarcer)
(1º parte, leer en: http://blogs.monografias.com/estampas-de-buenos-aires/2011/06/06/el-cafe-de-marcos-1%c2%ba-parte/ )
Origen y personalidad de Marcó
“El propietario del café del Colegio, como se lo conocía por su cercanía con el Colegio de San Carlos (hoy Nacional Buenos Aires) era hombre que gozaba de prestigio entre quienes lo trataron; su personalidad se enriquecía por los frecuentes actos de generosidad que lo caracterizaron. No era ni desaprensivo ni pródigo; por el contrario era cuidadoso en sus menesteres comerciales, humano con quienes lo trataron y agradecido con aquellos que lo ayudaron en las épocas de trabajo y sacrificio.
Marcó era natural de la villa de Isaza, entroncada en el valle del Roncal, en pleno reino de Navarra. Descendiente de guipuzcoanos, hombres de fe, hidalguía, coraje y generosidad; hijo legítimo, según reza el testamento primero, de don Pedro Marcó Jarra y de doña Juana María Gorrindo, fallecidos para el tiempo en que firmó ese documento. Marcó permaneció soltero; no tuvo, por lo tanto, herederos universales, ni ascendientes ni descendientes. Como cristiano y fiel católico, fue bautizado en la basílica de Nuestra Señora de Idoya, en su pueblo natal, la villa de Isaza.
La Historia argentina en el Café de Marcó
Cuando los ingleses intentaron la desdichada aventura de conquistarnos, en 1806, establecieron su cuartel en el predio conocido entonces como de la “Ranchería”, ubicado detrás de la Manzana de las Luces. Vigilar al enemigo no era sencillo, ya porque las calles eran angostas, como por la vigilancia que los ingleses, hábiles militares, impusieron en esa ocasión. Los españoles y los criollos pusieron a prueba toda su astucia para alcanzar el objetivo de inteligencia. Para ello decidieron utilizar el edificio de alto, que había en la cercanía, que no era otro que el del Café de Marcó. Desde allí atisbaron los movimientos de los “gringos”. El café estaba, precisamente ubicado en posición estratégica inmejorable para acecharlos. En su techo se ubicaban los encargados de cumplir la misión.
Había comenzado el desfile de la historia en el local del Café de Marcó. Como una suerte de atracción vital, de ahí en más, se sucedieron los hechos políticos en la esquina de la historia argentina. Luego vinieron los combates y la heroicidad de los porteños.
No fue este hecho, empero, el único que señaló a la historia la importancia de aquel edificio porteño. El 1° de enero de 1809 culminaba en Buenos Aires un proceso político no totalmente esclarecido: la asonada dirigida por don Martín de Alzaga. El movimiento contó con la participación de figuras espectables y de antigua prosapia española de la capital del virreinato. Nombres como los de Santa Coloma, Olaguer, Reynales, Villanueva y Neira aparecieron complicados en la rebelión. Al parecer, las reuniones y corrillos de los partidarios de Alzaga se efectuaron en el Café de Marcó,por estar cercano al Cabildo y al Fuerte. En la mañana de la insurrección de los “sarracenos”, como los criollos llamaban a los sediciosos, cuerpos de los regimientos de catalanes, vizcaínos y gallegos cometieron desmanes en la plaza Mayor, golpeando a gente del pueblo, a soldados y a oficiales del regimiento de Patricios, a quienes llevaron a la cárcel. Como reacción inmediata, un batallón de Patricios se dirigió a la Plaza para cubrir el orden alterado, ingresando posteriormente al Fuerte. Hacia el mediodía, después de apostarse algunos batallones de artillería frente al Cabildo, donde se habían ubicado los insurrectos y tras dominar el sector, la situación quedó totalmente controlada y en manos de los partidarios del Virrey Liniers. Mucha fue la gente a la que se detuvo, además de los cabildantes. “Mi amigo -dirá Carlos José de Guezzi, en carta a un porteño-, los que tenían el rabo de paja deben temblar”. El Café de Marcó fue clausurado y el dueño debió salir de la ciudad. El Café de Marcó era considerado como una mezquita en la que hacían “junta los sarracenos”, pues se había constituido en el lugar de reunión preferido por los partidarios de Alzaga.
¿Cuáles fueron los motivos políticos que impulsaron a Liniers a decidir la clausura del café? Su propietario no tuvo participación alguna, ni directa ni indirectamente, en los acontecimientos de aquella jornada. Al parecer, según testimonio de la época, Liniers logró interferir la correspondencia del español Elío, de Montevideo, dirigida, precisamente a Pedro José Marcó.
La razón que se invocó para clausurar el negocio y expulsarlo de la ciudad no fue, a mi entender, suficiente, dado que la correspondencia no tenía vinculación con el movimiento de Alzaga. Sí lo comprometían las reuniones y corrillos que hacían los españoles y la gente del Cabildo; digamos que aquellos corrillos hoy llamados rumores o trascendidos, estaban a la orden del día y eran los instrumentos que creaban el clima propicio para la revuelta contra Liniers. El virrey ordenó la clausura amparado en un viejo bando dictado durante la época de las invasiones inglesas por el que se ordenaba el cierre de cafés y pulperías a determinadas horas para que los parroquianos concurrieran a los entrenamientos militares. Expulsados los ingleses, el bando continuó teniendo vigencia porque de ese modo se controlaba el “corrillo” político. Por su parte Liniers amplió los alcances del bando en razón de “…que no siendo pocos los individuos que disipan inútilmente pasando muchas horas y hasta días enteros en las casas café, formando corrillos y propagando noticias ciertas o falsas”. Esta medida fue la que permitió a Liniers aplicar la pena de mayor efecto.
La medida era oportuna para atender a la defensa de Buenos Aires pero era inadecuada como disposición política de orden interno. En estas circunstancias el francés demostró no conocer el espíritu español y, aún más, el del porteño que gustaba dejarse estar en los cafés y en las pulperías. Era una costumbre atávica que no se podía combatir.
La política era, por entonces, como lo es hoy y, seguramente, lo será mañana, la alícuota con que los hombres realizan su parte activa en la sociedad. Como era lógico esperar, las medidas adoptadas no fueron suficientes y los corrillos no desaparecieron de la ciudad. Pese a todo Liniers dispuso el cierre del Café de Marcó, el 2 de enero de 1809 y se lo hizo conocer al propietario por el Sargento Mayor del Fuerte, imponiéndose, al mismo tiempo de la obligación de salir de la ciudad por el término de tres días. Creyó el gobierno virreinal, equivocadamente, que de este modo se eliminaba el cenáculo político. Se equivocó gravemente: lo único que consiguió fue dar sinsabores e ingentes pérdidas al renunciante Liniers y asumida la conducción del virreinato por Baltazar Hidalgo de Cisneros, recién fue revocada la medida punitoria. Y lo fue el 21 de agosto cuando Cisneros firmó la revocación de la medida, refrendada por Joseph de Basavilbaso en el que se determina como “…compurgada la culpa que pudiese tener el suplicante Pedro José Marcó”. Fue esta la primera clausura de un café por razones políticas, pero -preguntamos- qué motivó de parte de Liniers tal encono? Razones personales o, acaso, estrategia de estado. Las primeras no se conocen; las segundas parecen más evidentes, más comprensibles, pero lo cierto es que el Café de Marcó debió sufrir las alternativas de la política argentina”.
1) En “Los Cafés de Mayo de 1810”. Bossio, Jorge A. En “Cuadernos del Café Tortoni”. Nº 7. Buenos Aires. Mayo de 2002.
“Estampas de Buenos Aires”. Blog de Carlos Szwarcer. Monografías.com
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