sábado, 2 de julio de 2016

La casa del árbol olvidado


En Palermo hay una casa donde alguna vez salió un árbol de su ventana. Ello dio pie para que naciera una leyenda en aquella zona que se confunde con Villa Crespo

   Que es una leyenda sino una licencia. Licencia que permite tomar elementos imaginativos que hace transmitir una narración haciéndola pasar por verdades, esa leyenda puede partir o basarse de una realidad. Generalmente pasan de generación en generación y se suprimen o añaden datos.

   Pues lo que se va a contar es una novel leyenda urbana que escuché de un vecino. Es la historia de un árbol, que alguna vez estuvo en la ventana de una casa del barrio de Palermo, llegando a Villa Crespo; y ahora no está por decisión del propietario que, posiblemente, veía el riesgo de la estructura de su casa.

   En la avenida Scalabrini Ortiz 1353 hay una casa, hasta hace poco tiempo de su interior salía un árbol, cuyas ramas, en perfecto estado, se elevaban buscando la luz exterior.

   Enfrente a esa casa, cruzando la avenida, está la parroquia del Perpetuo Socorro, una iglesia de obra inconclusa, por razones presupuestarias o de otra índole nunca llegó a completarle. Aún así al día de hoy continúa dictándose misa.

   Cuenta la leyenda, que una vez un cura se hizo cargo de la iglesia, le decían el padre Andrés, y su aspiración era completar la obra. El cura aprovechó la amistad de unos vecinos e instaló su cuarto en la casa de ellos, al cual fue invitado a hacerlo, ya que era imposible vivir en el templo en el estado en que se encontraba.

   La casa donde residía el cura quedaba enfrente a la iglesia, apenas cruzando la avenida Scalabrini Ortíz. La ventana de su cuarto daba a la calle, y entraba mucha luz. Un día una feligrés le regaló un ficus, se lo dio para cuidarlo y cuando estuviera en condiciones la iglesia colocara la planta dentro de la parroquia para alegrar el ambiente.

   Así hizo el padre Andrés. Tomó la planta y lo llevó a su casa; en su habitación notó que el piso tenía un hueco y éste daba a la tierra. Con sus propias manos armó un macetero y plantó el ficus en el agujero de su habitación.

   El padre cuidó mucho de la planta, lo regaba todos los días, antes de ponerse a leer. El ambiente era agradable porque entraba la luz necesaria y una humedad del lugar lo ayudaba a mantenerse. Cuentan que el ficus sentía el cariño que propendía el cura, por ello en poco tiempo era una planta fuerte y erguida.

   Mientras tanto el padre Andrés luchaba para poder culminar la obra de la iglesia. Un día recibe un telegrama en el cual se informa su transferencia a un pueblo del interior. Tenía que luchar contra su deseo de quedarse para continuar con su iglesia o cumplir con el deber que le encomendó la orden eclesiástica. Por supuesto, para él estaba su deber ante todo.

   El día de su partida, con tristeza el cura se despidió de la planta que tanto quería. El mismo se prometió que cuando termine su misión volvería a la casa para que, una vez culminada las obras de la parroquia, lo traslade a la iglesia que es el lugar donde debe estar, por ello oró para que la obra terminara. Fue así que se marchó.

   La leyenda cuenta que el pequeño ficus no soportó el alejamiento de su protector y se convirtió en árbol, colándose por la ventana hacia la calle para contemplar la iglesia y esperar allí la vuelta del padre Andrés para que lo llevara a su nuevo hogar. Ese árbol dio camino a la vida para permanecer durante mucho tiempo fuera de los barrotes de la ventana.

   Finalmente, y no hace mucho, el dueño de la propiedad puso fin a la vida de ficus mandándolo a cortar para así cerrar las ventanas del padre Andrés, quién nunca más volvió.

   El único rastro de esa leyenda que hay es la foto donde se ve al árbol testimoniando que la vida puede abrirse paso a pesar de los obstáculos. Más allá de lo legendario del relato, cuando pasemos por la iglesia inconclusa, sabremos de una historia donde dice que alguna vez hubo un árbol que esperaba a su protector, para que lo llevara a su hogar.

Wenceslao Wernicke

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